jueves, 18 de abril de 2013

Daroca. Los Corporales

Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

Seguimos leyendo en la liturgia el discurso eucaristico dee san Juan y si ayer veiamos el milagro del Cebreiro, hoy nos vamoa a Aragon donde veneramos un milagro que dio paso a la celebracion posterir de la fiesta del Corpus Christi.


Según la tradición, un sacerdote se disponía a administrar la Comunión a unos guerreros, cuando los árabes atacaron repentinamente el campamento de los ejércitos cristianos. Para evitar la profanación, el celebrante guardó precipitadamente las Sagradas Formas envolviéndolas en los corporales que había sobre el altar.
Cuando, pasado el peligro, fue a ponerlas en el Sagrario, las Hostias consagradas habían sangrado y se habían adherido, por la propia sangre, al paño que las contenía. Seguros de que había sido un milagro, los cristianos se lanzaron contra los moros y los vencieron


Daroca, la pequeña ciudad aragonesa, es la primera población española y aún del mundo que estableció una fiesta pública en honor del Santísimo Sacramento. Antes de que, desde el monte Cornillón, de Lieja (Bélgica), se pida la fiesta del Corpus; antes de que Cristo sensibilice su milagroso poder en Orvieto, Daroca celebra ya su fiesta eucarística con extraordinaria solemnidad, trasladando procesionalmente los Santos Corporales fuera de sus murallas y mostrándolos a los peregrinos desde la Torreta, extramuros, sobre la que predicó San Vicente Ferrer.
El milagro sucedió en 1239, cuando las tropas cristianas de las comunidades de Daroca, Teruel y Calatayud, bajo el mando del general Berenguer de Entenza, se disponían a conquistar desde el monte Codol el castillo de Chío, cerca de Luchende, en poder de los árabes, a 17 kilómetros de Játiva.

Antes de la batalla, el capellán, don Mateo Martínez, rector de la parroquia de San Cristóbal de Daroca, celebró Misa, consagrando seis Formas más para la comunión de los capitanes de los tercios, e inmediatamente después de la consagración se desencadenó un repentino ataque de los moriscos, que obligó a todos a dejar el sacrificio para enfrentarse con el enemigo, y al capellán, después de comulgar, a ocultar las seis Formas, envueltas en los corporales, bajo unas piedras, para evitar que pudieran ser profanadas. El ataque fue superado por los aragoneses. Y al querer el sacerdote rescatar las Formas ocultas en el pedregal, las encontró tintas en sangre y pegadas a los corporales.

Patente milagro sirvió de estímulo a las tropas cristianas que, llevando como bandera los Santos Corporales, obtuvieron sobre los enemigos decisiva victoria.
Sólo que, enfervorecidos los capitanes y codiciosos de que en los lugares de su origen se guardase la preciosa reliquia, tuvieron que echar a suerte su destino por tres veces, correspondiendo las tres a Daroca el favor de la custodia; mas, disconformes aún, decidióse, por el general Berenguer de Entenza, que fueran cargados sobre una mula, abandonando a su instinto la decisión divina y dando por bueno el lugar donde la bestia se detuviera. La mula cruzó de largo Teruel, seguía el séquito procesional para llegar, luego de cincuenta leguas de andadura, a las cercanías de Daroca, por cuyas puertas entró hasta detenerse en el entonces hospital de San Marcos. En este momento, aquel 7 de marzo de 1239, dobló las rodillas y cayó muerta, dejando para Daroca el inapreciable tesoro y el singular favor de la guarda de la Preciosísima Sangre de Cristo.
En 1261, diputados especiales por Daroca y el Cabildo, acudieron a Roma a fin de informar al Papa Urbano IV sobre el milagro, siendo introductores de los síndicos los doctores San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, los cuales inclinaron el ánimo del Pontífice a declarar la solemne fiesta del Corpus. En 1344 el Papa Eugenio IV concedió la celebración del año jubilar cada decenio, para conmemorarlo.

Reinando Sixto IV, que había suspendido las indulgencias de la cristiandad por las Cruzadas, firmó la bula Agni Inmaculati, en 1473, por la que se establece la norma definitiva de los años jubilares darocenses.

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